• Feb 21, 2025

Análisis de Antidisturbios



Sorogoyen dirige una miniserie que nadie olvidará y que siembra en España las bases de una televisión de un talento cinematográfico rebosante de estilo y personalidad; serie de autor. Antidisturbios ofrece al espectador 6 episodios que juntos suman cerca de seis horas; o lo que es lo mismo, cuatro partidos de fútbol. Casi una jornada laboral en muchos casos. Aún así, gracias a su tensión narrativa, ritmo vertiginoso, trabajo interpretativo sobresaliente y presencia visual de gran factura técnica, es irreprochable el deseo de devorarla en una noche. Es tan buena que hasta el más ocupado y menos friki será incapaz de no consumirla en una sentada.

6 policías en un furgón están obligados a realizar un peligroso desahucio sin ayuda de nada ni nadie y con la presión del deber hacerlo ese día a esa hora sin opción a rechistar. Los antidisturbios son en todo momento ovejas en un rebaño, sin posibilidad de protesta y con obligación de cumplir pautas, a pesar de que estas transportan por caminos peligrosos con posibles víctimas ajenas e incluso propias.

Inmersiva y real hasta gritar 'basta' 



En la escena del desahucio, entorno a la cual nace la trama de la miniserie, somos un antidisturbios más. Sentimos como ellos la tensión del lanzamiento, la vulnerabilidad de estar en primera línea ante la furia desatada de la muchedumbre y la presión de controlar lo irracional para razonar con cordura cada una de las decisiones. Gracias al realismo del vestuario y la estrategia policial, además de al estilo de rodar sin ningún tipo de plano general, sentimos que llevamos una cámara en la frente y estamos grabando uno de esos vídeos de intervenciones policiales facilitados por el propio cuerpo de policía que abre los telediarios frecuentemente. Se presenta en tal superlativo grado de inmersividad para el cinevidente, que lo natural es empatizar ante los errores de los nacionales, propios de una tensión y nerviosismo que sentimos a través de la pantalla y que imaginamos en un grado todavía mayor en los propios agentes ahí presentes.



Sorogoyen además utiliza, como ya es frecuente en él, una óptica gran angular. Gracias a la cual consigue planos de gran fuerza y violencia. Ya desde la primera escena sorprende ver el estilo en el que está rodada una simple partida familiar de trivial. Con unos primeros planos a Laia (Vicky Luengo) que impactan, que van despertando en el espectador la sensación de la incomodidad, la realidad y la brutalidad con la que iba a convivir en el resto de la serie y que se refuerza incluso con la composición aberrante de muchos de los planos en los interrogatorios de los agentes.

El director, como bien ya hizo en El Reino, rueda la cinta con cámara al hombro, aumentando las dosis de realidad en muchas de las escenas con unas pautas de grabación y montaje propios de un documental; paneando de un personaje a otro en salas llenas de personajes y corrigiendo el plano y el foco sin miedo a mostrarlo en la versión definitiva de la obra.

Los odiados 6 y Ella



Ya en el último capítulo vuelve a existir otra de las grandes escenas de la serie. Los seis policías borrachos perdidos comparten sobremesa en un bar desierto a medianoche, que ya hace caja y espera con educación el desalojo de los cierrabares de turno, que son ellos mismos. En esta escena, ya con los personajes dibujados perfectamente y con un viaje interno ya mostrado a lo largo de los episodios, ríen, gritan, brindan y discuten; y nosotros nuevamente en plano secuencia en medio de la mesa, y hasta acompañándolos al servicio, nos sentimos dentro del grupo sufriendo las ya consecuencias a largo plazo del fallecimiento del senegalés. Esa cena es la muestra de una construcción excelente de personajes y de unas interpretaciones inspiradisismas, ya que cada plano se convierte en imprevisible, no siendo capaces de prevenir si en cualquier momento alguien va a romper a llorar o directamente va romper la botella de ginebra en la cabeza del compañero.

Raúl Arévalo (Diego) duro y contundente, Álex García (Alex) conquistando la cámara con una puesta en escena ruda y rebosante de confianza, Roberto Álamo (Úbeda) vulnerable e imprevisible, Patrick Criado (Rubén) real y con la calle corriendo por sus venas transparentes, Keuchkerian (Salva) transmitiendo el dolor físico y mental más profundo y crudo, y Raúl Prieto (Bermejo) reservado y obsesivo en el terreno de las faldas.



Vicky Luengo (Laia) es punto y aparte. Hipnotizadora protagonista indiscutible de la serie, ya desde la primera escena donde el director nos la muestra rompiendo la cuarta pared -mirando fijamente a la cámara en un primer plano- algo que repetiría en momentos trascendentes mostrando desde orgullo y satisfacción hasta un estado de trauma, miedo y shock en la escena donde es amordazada. Además lo consigue desde la sutileza de lo real y natural, muy en la línea de la verosimilitud que busca ofrecer Sorogoyen en la obra. Con una sola expresión inalterable conecta con el espectador con simpleza y facilidad, mostrando un arte y talento nada común. A ello se suma la óptica gran angular utilizada por el director, que añade una acertada dosis de fuerza al plano.

Guión honesto y mensaje metafórico



El guión está escrito con un ímpetu memorable que convierte la historia en adictiva. Los personajes están creados con pocas pero profundas pinceladas que marcan su psicología y explican su comportamiento, y la trama principal navega sin titubeos ni giros tramposos hacia el trágico final esperado, pero no por ello menos brillante, sino más descarnado e impactante.

Antidisturbios, más allá de ser una miniserie de acción policial de 6 episodios, busca trasladar en su subtexto un mensaje profundo a nivel social: no juzgar a las ovejas del rebaño, sino al pastor que las ordena; y busca hacer reflexionar a esas misma ovejas para que ellas mismas no entren en conflicto a causa de las malintencionadas e interesadas órdenes de los pastores. Sorogoyen, lo muestra con talento visual en forma de metáfora con muchos de sus planos. La ideal empatía que debería para él existir entre ovejas, a pesar de su raza o profesión, se observa en esa última mirada de un Raúl Arévalo -golpeado por una lección inolvidable-, a ese mantero que le mira sonriente y recuerda al mortal accidentado. Dando un final redondo a la trágica lección que cambiará la vida de los agentes, y que tiene la intención de hacerlo también con las mentes de los serievidentes.


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