Crítica a El diablo a todas horas




 El diablo a toda horas está entre los estrenos cinematográficos más interesantes del mes de septiembre en Netflix. Narra las diferentes historias que transcurren entre dos pueblos de la América profunda a mediados del siglo XX. Destaca su crueldad y sordidez en torno a la religión. Pero lo que bien podría haber sido una obra memorable con interesantes tintes críticos acerca de la difusión, moralidad y ejercicio de la religión en épocas pasadas y pueblos analfabetos, se queda en lo visual de la superficie.

A pesar de ello, bien es cierto que la cinta consigue provocar nudos en la garganta del espectador ante la omnipresente violencia, perturbación y sadismo que manifiestan determinados personajes de la película en nombre de Dios. Porque si en nombre del bien, cometen tales crímenes, con tan solo pensar lo que serán capaces de hacer cuando la maldad les invada, los nudos de la garganta se multiplican. La obra dirigida por Antonio Campos será recordada por contar con un reparto talentoso con Robert Pattinson, Tom Holland y Bill Skarsgad a la cabeza, pero por contar con un guión absolutamente desordenado. 

Guión de mucha fachada y pocos cimientos



La historia lo promete todo cuando sufrimos la traumatizante escena bélica que sufre el personaje Willard Russell que justifica todos aquellos demonios que desde ese momento le acompañan en su cabeza para cometer todos esos actos que justifica en nombre de un Dios, que tal y como él lo concibe su religión, bien lejos se encuentra de sus valores y conductas. Pero más allá de esa escena introductoria, de uno de tantos personajes malvados que colman esta cinta de cerca de tres horas de metraje, el resto de desventuras repletas de violencia sexual, amoralidad y sangre, no se justifican ante Dios ni mucho menos ante el espectador. 

Sin profundidad argumentativa en ninguno de los personajes, y con unos saltos temporales caóticos y desorientativos, el espectador llega a sentir en gran parte de la película que navega simplemente por despiadadas escenas que despiertan algo de interés y atención por lo visual e impactante de la puesta en escena y el reparto, pero nunca por la construcción argumentativa que explique él por qué de esos actos, y como esos seres aparentemente corrientes, ha sido embargado por la locura.



Los actos realizados son tan potentes, y las interpretaciones tan interesantes, que uno tacha la película de fallida pero no se encuentra con el valor de tacharla de mediocre. Más bien uno reclama el acierto, que contextualice adecuadamente la perversión sexual del misterioso reverendo interpretado por un genial Robert Pattinson o el voyeurismo sádico de la pareja Russell de la cual conocemos poco pero carga sobre sus espalda la importante carga de conducir la película hacia el desenlace final. Por nombrar algunos de los personajes. 

Entiendo que el mayor pecado y error del que derivan los demás, es la ambición de abarcar tal cantidad de tramas y personajes, que esconden una complejidad tras ellos, que es incapaz abarcarlos al punto de pormenorizarlos y exprimirlos para que el espectador los comprenda y disfrute. Quedando algunas de estas tramas con una semilla plantada a la que no se le da el tiempo necesario en pantalla para que crezca como es debido. Como es el caso de la amoralidad del sheriff, resuelta bruscamente sin sentido alguno.


Voz en off

Resulta vago y recargante un narrador que explique todo lo que se intuye y cuente todo lo que te gustaría disfrutar en imágenes. Es un desacierto el uso de narrador omnisciente, que además se siente con el poder y la potestad de opinar cuando nadie se lo ha pedido e insultar al malo porque es muy malo, cuando el espectador ya tiene ojos para ver, oídos para escuchar y cerebro razonar sus propias conclusiones sin necesidad de voces off. Alcanza el punto de ser más anticlimático que el hombre que rompe la paz de un minuto de silencio con el sonido de su telefóno móvil. Es la voz que sobra cuando el espectador se sobrecoge ante las imágenes, es la dentadura que mastica el guión que el espectador quiere disfrutar desentrañando con su propia mente. Es la anti magia del cine inteligente. Es una oda a la simplicidad sin ninguna duda.

Siniestra y acertada puesta en escena

Lo siniestro y gótico de la puesta en escena bien vale la visualización de la película. Son responsables de un aura desangelada del bien y donde la cruda crueldad sin piedad parece estar invitada a reinar en inhóspitos parajes de pobreza económica a la altura de la moral de la mayoría de sus personajes. No son paisajes ni imágenes propios de vidas alegres, cómodas y reconfortantes precisamente. 









Publicar un comentario

0 Comentarios