Los cines ya no son lo que fueron. Las salas abarrotadas a diario, con el público disfrutando cada escena vista y protestando por las no vistas y censuradas, tal y como nos mostraron en 'Cinema Paradiso', ya no existen. Desde hace años, con las televisiones en cada casa, más tarde los reproductores de vídeo, y actualmente los portales streaming, las gentes corrientes solo acuden al cine un par de veces al año y siempre y cuando haya un motivo de peso. El motivo algunas veces es la película estrenada, otras veces las ganas de estrenar al pariente o parienta, y en otras la necesidad de matar la tarde en un lugar de temperatura agradable. A día de hoy, por desgracia, son pocas las películas que independientemente el momento del año que sea y el contexto socioeconómico que se esté viviendo, atraen al gran público y llenan la sala. En España, lo fue Padre no hay más que uno 2 hace un par de semanas, y ahora es Tenet. Tenet no da lo que promete, da el doble de lo prometido. Como espectáculo cinematográfico es un 10.
No trates de entenderla, solo siéntela
Nolan es un genio, un loco que plantea cada película como el reto técnico e incluso táctico de las carreras de los miembros de su equipo. Así, en otras palabras lo definía su director de fotografía Hoyte Van Hoytema y su actor protagonista John David Washington. Y porque no le quisieron preguntar al montador, por eso de no reiterar la misma información. Es el trabajo final de todos estos y de otros tantos más, el que da como resultado una obra cinematográfica de casi tres horas que podría haber alcanzado las seis sin desgastarnos y que saben a metraje ligero de 90 minutos.
Es su espectacularidad visual -conseguida con la premisa del tiempo revertido con la espectacularidad que ello conlleva en escenas de peleas, persecuciones y explosiones- su utilización de la música y su guión absolutamente centrado en darle brillo a estas escenas lustrosas audiovisualmente como pocas veces se ha visto en un cine, lo que consigue que el viaje en la butaca del cine sea único, intenso e inolvidable. Los sentimientos al salir de la sala son de euforia y los minutos posteriores son de estado de shock e incapacidad para establecerte en la realidad fuera de esa película. La inmersión es profunda gracias a la experiencia rompedora que ofrece el director y que se deja disfrutar al 100% con las capacidades audiovisuales de una sala de cine. Pero, una vez reconocido eso, si soltamos las palomitas y el refresco, ¿que nos queda?
Si las escenas de batalla a cámara revertida son escuchadas en tus cascos de 40 pavos y en tu pantalla de ordenador, ¿que disfrutas? ¿Disfrutas su trama?
Física cuántica y la Princesa Peach
Decía Nolan, en una de las entrevistas de making off, que la película es simplemente una clásica de espías. Y razón no le falta en su sincera respuesta. Ya que si eliminamos la física cuántica, de la cual los más corrientes no entendemos nada (ni falta que hace para disfrutar la película, ya que como bien dice la doctora "no trates de enterlo, solo siéntelo"), nos queda un guión sostenido por las vigas convencionales del thriller de espías. La trama de la mujer guapísima (genial interpretación de Elizabeth Debicki) atrapada en una relación tóxica con un villano con intenciones destructivas (genial también Kenneth Branagh en su fusión de elegancia de campo de golf y furia de barrio bajo), es sin duda uno de los ejes centrales de la película y no destaca por su originalidad. Ya Mario Bros vivía algo parecido en sus emblemáticos videojuegos centrados en salvar a la Princesa Peach.
La película en sus 150 minutos se encuentra tan absolutamente centrada en esas escenas de acción espectaculares que llenan la enorme pantalla de cine y colman de sonido la sala, que siento que deja al guión huérfano de construcciones argumentativas novedosas y de un desarrollo de personajes profundo. La cinta del director de Origen deja al espectador con ansias de disfrutar una relación de camaradería entre Robert Pattinson y Washington que prometía mucho y se queda en poco más que misiones imposibles y conversaciones sobre física cuántica. Perdiendo la oportunidad de sembrar semillas en el corazón del espectador, que entre explosiones revertidas y trompos, echa en falta también empatizar con los personajes o tratar de entender que sienten y padecen. La cinta sobresaliente en caos y destrucción, suspende en el aspecto que le hubiese dado el sobresaliente: sentimiento y humanidad. Entiendo que Nolan no buscaba eso, pero veo los mimbres del guión y el balón se queda botando para rematarlo a nuestros corazones: relación tóxica y dos actores inspirados y con química. Nolan no remata ese balón, y se queda en la espectacularidad de la acción infatigable.
Las salas de cine viven y vivirán gracias obras como Tenet
La película 'Tenet', escrita, rodada y montada en un momento en el que la pandemia y el confinamiento ni estaban ni se esperaban, ha acabado siendo sin pretenderlo la herramienta perfecta y redonda para volver a llenar las salas de cine. 150 minutos de parque de atracciones, de una trama central intensa y sin desvíos, con nervio transportando al espectador por continuas escenas de acción jamás vistas y volcanes de información en erupción a cada minuto para que nadie se duerma entre voltereta y explosión. Con esos ingredientes compra el billete de avión hasta el más vago, hasta el consumidor compulsivo de series de Netflix que no sabe ni quién es Nolan, ni porque tiene el lujo de poder dirigir una superproducción de 200 millones. Y es ahí donde Nolan se convierte en héroe sin necesidad de cargar ninguna metralleta.
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