En un movimiento de desesperación, que respeto pero no comparto, para luchar contra su extinción, el cine utiliza la estructura sensorial 4DX en sus salas. Sin parecer conocer, o conociendo pero sin querer detenerse a recordarlo, que la imagen y el sonido bien rodada, montada y escrita, ya provoca sensaciones y sentimientos. Sin necesidad de olores en la cara ni movimientos propios de la feria estival del pueblo. Creo que el público infantil -no relacionar el término con la edad del sujeto-, ya tiene su producto en determinado tipo de cine. Y que no hay que cultivar estas prácticas, rebajando el cine a la distracción de feria que en sus orígenes fue. Porque la cultura audiovisual y/o cinematográfica, después de años de genios de desorbitado trabajo y desbordante creatividad, ya está entre el público. Que, aunque inevitablemente el más infantil necesite de explosiones cada 2 escenas y chistes casposos cada 2 minutos, tienen todavía la suficiente madurez cultural para no tener aparatos que les alerten sensorialmente de cuando deben sentir frío, cuando calor, cuando alegrarse y cuando sentir el miedo del que se precipita al vacío. El sonajero chocando contra las rejas de la cuna para provocar la risa y eliminar el llanto, ya lo hemos tenido. Y el cine como atracción de feria, también. Retroceder nunca será bueno.
El cine 4DX se expande en las salas de España ante la necesidad de innovar que ha producido el miedo al virus -ni entro ni salgo- y el cada vez más extendido uso de las plataformas de streaming que se multiplican en su uso y variedad. Ante tal reto, el cine se rearma en esa guerra por sobrevivir que lleva batiendo desde la aparición de la televisión. Que continuó con fuerza con el nacimiento de la piratería en internet -que sí hundió a los videoclubs injustamente, aunque estos negocios inevitablemente tenían fecha de caducidad con la llegada de plataformas streaming 10 años después-. Y que ahora vuelve a batir una complicada batalla contra unas plataformas que ofrecen en la mejor calidad series, documentales, películas y ahora además estrenos de primer orden - Martin Scorsese y De Niro con El Irlandés o Hugh Jackman con Bad Education hace unos meses-.
Pero como arma mortal para todas esas alternativas, las salas de cine siempre han tenido un conjunto de intangibles y tangibles que constituyen una experiencia irremplazable: tamaño de pantalla, calidad de imagen, calidad de sonido, sonido envolvente, hábitos previos y posteriores relacionados con asistir a la sala, la hermandad anónima de la muchedumbre disfrutando a oscuras la película... todo ello y mucho más, constituyen la experiencia mágica que ni la piratería, ni la televisión ni Netflix pueden reemplazar. Pero, habiendo un virus que no sabemos cuando desaparecerá, y una hipocondría generalizada que igual viene para quedarse por muchos años, la muchedumbre anónima metida en una sala viendo una película ya deja de ser agradable, los hábitos previos a entrar en la sala se hacen incómodos con las nuevas normas sanitarias y ante esto la calidad de imagen y sonido queda, para algunos, en el segundo plano del recurrente "no vale la pena".
Es ante esta situación, que el cine, equivocadamente en mi opinión, intenta ofrecer una experiencia que sí valga esa pena. Pero se equivoca al no caer en que el cine es más que eso. En que el cine, a lo largo de su historia ha sido capaz de hacernos llorar con imágen y sonido sin necesidad de echar pimienta en los ojos de la audiencia. Porque cuando las herramientas de producción han sido puestas en las manos de creadores talentosos, se nos han contado historias donde en ocasiones hemos entendido todo y sentido de manera terriblemente intensa escenas que ya no es que no utilicen herramientas sensoriales, sino que son sutiles hasta la médula. Servidor ha llorado con una pantalla en negro delante. Servidor ha sentido la muerte de su personaje cinematográfico favorito, con la utilización de un plano subjetivo que se va a negro. Sin ver sangre, sin ni siquiera escuchar disparos. Simplemente con la genialidad en el uso de la imagen y el sonido (quién adivine a qué escena y personaje me refiero, tiene premio). Aún teniendo una imagen en negro y un silencio, pero tan bien contextualizado audiovisualmente, que no requiere nada más.
Intento explicar que si el superhéroe mola tanto que quieres ser él, si el padre es tan humano que podría ser tu hermano, o si la fantasía es tan fascinante que te vuelves a sentir un muchacho, sentirás el vuelo de su capa, el dolor de sus problemas y la magia de sus escenas sin herramientas físicas torpedeandotes.
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