En aquellos años donde Alfred Hitchcok escribía con cierto reconocimiento para una productora británica, y ejercía como ayudante de dirección en las películas de la misma, ni imaginaba ni pretendía ser lo que acabo siendo: uno de los grandes directores de la historia del cine. Era principios de los años 20, el veinteañero Alfred veía caer del cielo la oportunidad de su carrera a consecuencia de la enemistad entre dos titanes dentro de la película en la que andaba trabajando: el actor protagonista y el director. Y este último, seguramente como única salida a la situación, dejó la película a la mitad, confiando el rodaje de la otra mitad a su aplicado ayudante. Para sorpresa de muchos, aunque no de todos, y siguiendo la tradición futbolera de "entrenador nuevo = victoria", la película tuvo una buena acogida entre crítica y público. Y el estudio, ante colosal salvada de muebles del joven de 23 años, hizo justicia ofreciendole dirigir su primer largometraje. Hitchcok estaba asustado, tal reto suponía abandonar su zona de confort -la escritura de guiones cinematográficos-, pero tras varias mañanas, tardes y noches de reflexión, aceptó darse la oportunidad. No descartamos que durante muchos de los momentos del rodaje desease volver a ese despacho desde el que escribía cómodamente.
Aventuras en pañales. Capitulo 1: Viaje a Italia
Dicha obra, prueba audiovisual de los primeros pasos como director del británico, se titulaba Jardín de alegría. Sus interiores se rodaron en Munich y sus exteriores en Génova. Para el rodaje en Italia, viajaron Hitchcok, dos operadores, el actor y la actriz. El joven Alfred, si realmente en algún momento se las prometió felices y apacibles, pronto se le esfumó esa idea de la cabeza. A pie de andén y con el tren a pocos minutos de partir, el actor en una muestra de profesionalidad y concentración palpable, gritó que se le había olvidado el maquillaje en el taxi y salió corriendo a la velocidad de la luz a por él. Ya con el equipo montado en el vagón, el intérprete hizo acto de presencia a lo lejos, raudo y veloz y acordándose de la madre del conductor, logró subirse de un salto al último vagón y emprendió junto al equipo un viaje donde se sospecha que nadie tuvo tiempo para disfrutar de ningún tipo de siesta.
El tren partía y el equipo había tomado una decisión que no les saldría gratis. No habían declarado ni los negativos ni la cámara, que se ocultaba bajo el asiento de un Alfred rojo como un tomate y nervioso como un ciervo rodeado de leones en medio de la sabana africana. Y es en esas, que la seguridad del tren, no sabemos si rutinariamente o alertados por la cara desdibujada del debutante director, encuentra los negativos y los requisa. Significando eso que no había forma físico-química de grabar la película y suponiendo tener que hacer frente a un gasto inesperado en la compra de nuevos negativos a la llegada a Italia. Me temo que si a Hitchcok le ofrecen en ese momento viajar al pasado para rechazar forma parte de esa aventura de desgracias, el británico acepta sin dudarlo. Para más inri y roto de nervios, antes de bajar del tren, el futuro director de Vértigo, reventó por accidente una ventana con su maleta. Previo pago por caja -otro gasto imprevisto y totalmente innecesario más-, llegaron a Italia. Y ya, seguramente víctimas del chiste más macabro de la historia, recibieron una llamada con buenas nuevas que se transformaron en buenas malas y sarcásticas. Cuando ya habían comprado un nuevo negativo en Génova, llama la policía para decirles que con el pago de una multa económica menor, podían recuperar los negativos requisados en el tren. La cara del chaval de 20 años, que ilusionado viaja a Italia a rodar su primera película como director, era un poema.
Aventuras en pañales. Capítulo 2: Robo en el hotel
A la llegada al hotel tras no se sabe qué desgracia nueva vivida, Sir Hitchcok se encontró con la peor y más desagradable: le habían entrado a robar en la habitación del hotel y estaba sin un centavo. En medio de su primer rodaje, lejos de casa, sin un centavo, y con la necesidad de ocultarselo al equipo para que no hagan la huida de tonto el último ante la desaparición del presupuesto. Enésima llamada del joven al estudio. Ahora no era que necesitaba más dinero, es que necesitaba todo el dinero. Estaba sin presupuesto.
No fue su mejor película. Todavía tenía mucho por aprender. Pero, no obstante, que la crítica reconociese en él la cabeza de un genio, aún con todos estos contratiempos, demuestra que no es que fuese solo "un genio". Era, como a lo largo de su trayectoria se demostró, mucho más que eso.
Aventuras en pañales. Capítulo 3: Escena en pantano
La inocencia virginal de Alfred Hitchcok fue el motivo por el que manifestó no entender absolutamente nada del problema de salud del que le hablaba la actriz encargada de interpretar a una indígena que era ahogada en el pantano y sacada en brazos del mismo. La actriz tenía la regla, no podía grabar la escena y tuvo que ser sustituida. La sustituta parece ser que pesaba no sabemos si el doble, pero sí bastante más. Y el actor, que tenía la tarea de sacar a dicha actriz del agua en sus brazos cual cadáver, fue protagonista de las que seguro fueron algunas de las tomas más graciosas jamás rodadas en la historia del cine. Las caidas y hostiones en ese pantano todavía suenan en la memoria de la naturaleza testiga. Al actor le era misión imposible llevar a la hembra muerta a la orilla del pantano italiano. Se perdió la cuenta de la cantidad de resbalones sufridos consecuencia del desequilibrio evidente del que está absolutamente superado por el peso que carga sobre él. No obstante, habiendo vivido ya todo lo vivido en el rodaje de esa película, Alfred Hitchcok tenía algo muy claro: no más contratiempos, no se marchaba de ahí sin grabar dicha escena.
Y fue en uno de esos titánicos esfuerzos de cargar la presa colosalmente pesada, al menos para la fuerza del actor, que el acting salió. La chica muerta fue sacada hasta la orilla en una escena de dramatismo superlativo. Todo contentos. Lo habían conseguido. Poco después, en sala de montaje y ya sin posibilidad ninguna de volver a grabar la escena, descubrieron que en el plano de la toma dada como buena, se encontraba al fondo a la derecha una mujer mayor recogiendo conchas. Reír o llorar, esa era la cuestión. La toma finalmente no se incluyó en la película. Otro gasto de tiempo y dinero totalmente innecesario. Pero lo que no será nunca un gasto de tiempo, dinero o salud innecesario es el empleado en ver cada una de las obras del británico. La película a pesar de todo se estrenó. Y como antes he dicho, fue bien recibida por la crítica y fue motivo de nuevas oportunidades donde el joven Alfred fue aprendiendo y creciendo hasta ser una leyenda. De mucho sirve esta historia no solo para reír y curiosear, sino también para ver los retos desde el prisma del que no se rinde y aprende luchando. Lidiando con robos en hoteles, chapuzones en pantanos y bochornos en trenes y estaciones.
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