Diao Yinan utiliza el desventurado final de un criminal de barrio bajo para retratar entre neones y planos pacientes la podredumbre moral de la China más marginal y violenta. En un thriller que, desconozco si hace levantarse del asiento a Tarantino, pero sí bebe con arte y talento de su cine. Lo hace en el uso de una estructura narrativa con saltos temporales mediante flashbacks del personaje Zhou Zenong (Hu Ge) y también construyendo escenas de acción envueltas de salpicaduras enormes de sangre y humor negro.
El lago del ganso salvaje nos presenta la historia de un líder pandillero que una noche, herido y desorientado, comete el error fatal de asesinar a un policía. Es tras ese suceso, cuando su vida cobra un precio elevado y entorno a él se alza el cuerpo de policía que debe capturarlo, pandilleros que lo quieren muerto para que no delate todo lo que sabe de ellos, y Kwai Lun-me (Liu Aiai) -encargada aparente de ayudarle en su plan final-.
En esta asfixiante y peligrosa andadura del criminal, Diao Yinan nos retrata desde el costumbrismo a la sociedad más marginal de China, donde reina a sus anchas la prostitución, delincuencia, violencia, pobreza y destrucción. Gerentes de hoteles fregando charcos de sangre tras peleas campales de bandas, vecinas del barrio tirando la basura mientras la perseguida esposa de Zhou Zenong sufre un ataque de epilepsia rodeada de criminales, casinos clandestinos... Todo al ritmo sosegado de planos generales que, aprovechando ópticas de distancia focal corta, consiguen una gran profundidad de campo muy útil para contextualizar espacialmente las desgracias que suceden en un primer término. Además, reforzando esa intención audiovisual de relatar la historia de manera naturalista, el director apuesta por una banda sonora prácticamente inexistente, solo apareciendo en momentos concretos de la trama. Siendo, de esta forma el espectador, testigo por vía directa de los sonidos propios de estos barrios bajos: motocicletas, trenes, músicas populares, discusiones, gritos...
La cinta alcanza la cumbre de su estilo naturalista, cuando, en una escena tan corriente como cruda, Kwai Lun-me realiza una felación a Zhou Zenong en la barca. La escena se desenvuelve en el río, con noche cerrada, calurosa, íntima y con el único acompañante del sonido de las ranas croando y el agua impactando contra la barca. Poco a poco ese vaivén del agua contra la barca se va intensificando mientras observamos primeros planos de la cabeza de ella en zonas bajas de él, primeros planos de cara de placer de Zenong y planos detalle de caricias y gestos de placer. Siendo el desenlace final de esta escena, el gesto más desagradable y evidente posible: ella escupiendo al mar y lavándose la boca. Natural como la vida misma.
En la acción, es protagonista, sin formar parte del reparto, la iluminación utilizada. No hay escena de sangre donde no veamos tonos rojos -faros de moto, neones, letreros luminosos,etc.-. Muchos otros son los colores que se presentan también en la obra en forma de iluminación, como es el caso del fucsia y otros tonos menos saturados del rosa. Pero sin duda el color con el papel principal es el naranja. Exteriores o interiores, justificado más o menos, pero presente en prácticamente cada escena. Porque su intención es iluminar la podredumbre palpable tanto física como moralmente, y de eso en esta película hay mucho.
Diao Yinan con esta película realiza la tarea de guía turístico por las calles que nadie quiere recorrer y viviendo la violencia sangrienta que nadie quisiera conocer. Todo al ritmo pausado que merece una ruta donde hay tanto que ver y más aún tantas cosas sobre las que reflexionar.
0 Comentarios