Alfredo, el padre que Salvatore Di Vita siempre tuvo



Totò hace honor a la frase "padre no hay más que uno", pero en su caso, no es el de sangre. Su padre natural ha muerto en la segunda guerra mundial y acude junto a su madre destrozada al entierro del mismo. Es demasiado pequeño y lo conoce demasiado poco para sentir tristeza por él, no entiende la situación ni comparte el sentimiento desolado de su madre. Camina desorientado junto a ella cuando de golpe encuentra en los muros de las ruinas italianas un cartel que le alegra. Es un cartel promocional de una película. En el rostro de Totò se esboza una sonrisa, su padre no ha muerto. Su padre se llama Alfredo y es el operador del Cinema Paradiso.

Hacia ya algunos dias que Salvatore había encontrado en el cine del pueblo la fuga de escape a una casa llena de dolor y pobreza, y a unas tareas como monaguillo que le amargaban y le transportaban a los brazos de morfeo. Su relación con Alfredo nacía de forma espontáneamente recíproca:

- Alfredo, ¿cómo era mi padre? -preguntaba el muchacho-

- Tu padre era alto, siempre estaba riendo... Tenía bigote como yo -Alfredo, sin descendencia ninguna, dibujaba inconscientemente una figura paterna que era él mismo. Plantando sin intención forzada las bases de una relación paternofilial que duraría para toda la vida.-



Con Alfredo, aprende por primera vez el sentimiento de disfrutar lo que haces hasta el punto de amarlo. Y es ese ideal el que le recuerda Alfredo antes de partir a Roma y el que el muchacho no olvida jamás en la vida. Siendo el ideario perfecto para alcanzar su éxito. 

Es en gestos de Totó, como guardar la foto de su padre en una caja junto a las cintas de película, donde se demuestra que su padre ya es el cine, o lo que es lo mismo, que cuando piensa en la figura paternal piensa en el cine, piensa en Alfredo. Y esa cinta, en esa época fabricada de un material altamente inflamable, provoca un pequeño incendio que acaba con esa foto recordatoria de su progenitor. Mostrándonos el arrebato furioso de una mujer que se niega a a abrazar la idea de un marido que se marchó y ya no volverá. Mientras que Salvatore ya grita convencido que el hombre que le dio la vida ya está muerto, absolutamente insensible, pues para él no significa nada. La figura que realmente ejerce como padre está sentado en las escaleras y junto a él está aprendiendo a ser feliz.

Junto a ese hombre siempre rodeado de cintas de película, el muchacho vivía todo aquello que une a padre e hijo: momentos inexplicables para un niño que son justificados como mágicos, aprendizaje, transmisión de valores como la bondad y la humildad... Y si todo aquello no puede anudar los lazos de padre e hijo, que éste último fuera el único capaz de entrar en la cabina ardiendo para salvarle la vida al operador, fue el nudo definitivo de la unión para una vida.

Alfredo, con el paso de los años, disfruta como el niño que educó crece, y se convierte en todo un currante y alegre personaje como él. Además se alegra escuchando -está ciego desde el incendio- a Salvatore hablarle sobre sus inquietudes con la cámara de grabar y su enamoramiento de una rubia de ojos claros. Es consciente cuando su niño atraviesa ese tramo de la adolescencia, que su figura paterno filial debe agrandarse todavía más en la vida del joven. Y es en esos años donde el joven Totò disfruta de la inspiración y la sabiduría del operador de cine siciliano, que le dice verdades sentenciadoras del tamaño de "tratándose de sentimientos, no hay nada que entender. Ni nada que hacer para que te entiendan". Además de citarle las mayores frases célebres acerca del amor jamás dichas en una pantalla de cine. Es gracias a sus consejos y reflexiones que el muchacho acaba conquistando a la rubia de ojos claros y vive la historia de amor más intensa, real e inolvidable de su vida.



Pero la misión de Alfredo cobra toda la importancia que puede tener la vida de un padre en un hijo cuando Salvatore vuelve del servicio militar obligatorio. El jóven se encuentra una cabina de proyección con un palurdo en tirantes dentro y, en cambio, a la que nunca jamás vuelve a encontrar es a su amada. Es en ese momento de su vida cuando el muchacho encuentra la desorientación vital más absoluta que puede padecer un chaval, y es justo ahí cuando Alfredo definitivamente cambia el rumbo de la vida de Totò para siempre.

- La vida es más difícil. No es como la viste en el cine. Márchate. Eres jóven. El mundo es tuyo.

Alfredo, solo, ciego y sin fuerzas, decide renegar de la única compañía que le queda en la vida. En un gesto de generosidad y amor que le hace enorme. Le pide que se deje de nostalgias y arraigos y se coma el mundo. Que no le busque, que no le escriba.

- No quiero oírte más. Solo quiero oír hablar de ti.



Y Salvatore Di Vita así lo hace. Y con el paso de los años lo consigue. Éxito profesional, felicidad, la vida de sus sueños como director de cine. 30 años alejado de su hogar y huérfano de nostalgias como Alfredo así le recomendó en una muestra de inteligencia, sabiduría y experiencia paternofilial. Hasta que una noche, una llamada le obliga a volver. Es Alfredo, ha muerto. Esa noche no hay consuelo. La pasa en vela, recordando todo lo que ese hombre hizo por él, todo lo que ese hombre le enseñó, todo lo que le hizo vivir y reafirmando que gracias a todo aquello es quién es. 

En ese entierro es tratado como una celebridad, pero la humildad que le inculcó Alfredo le hacen sentirse incómodo con ese trato privilegiado que le ofrecen sus vecinos de siempre. Salvatore Di Vita asistió de niño al entierro del hombre que le dio la vida, pero hoy asiste al entierro de su padre. Aquí no hay consuelo, aquí Totò no es capaz de evitar llorar desconsolado con el recuerdo de Alfredo producido por las escenas de cine que él mismo censuró a petición de la iglesia. Alfredo, descanse en paz.




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