Son muchos los superdotados del arte cinematográfico que un día salieron del encuadre de la cámara para tener ellos la potestad de decidir con qué y cómo componerlo. Uno de los preferidos en Café Western es Clint Eastwood, que a inicios de los años 70´ dio el salto interesante y desafiante de comenzar a dirigir debutando con la obra Escalofrío en la noche. Y hoy día, 50 años después y con 90 de vida a sus espaldas, con la estantería llena de premios, la trayectoria de éxitos y la memoria de experiencias, sigue firmando obras de frescura desbordante. Otro que no conoce casi nadie, llamado Robert y apellidado De Niro, dio un día el paso adelante para colocarse detrás de una cámara, y es triste comprobar que lo hizo solamente para estrenar dos películas; ya que una de ellas: Historias del Bronx, está colmada de influencia Scorseana y puede mirar perfectamente a los ojos a alguna de las obras de gangster del afamado director. Al menos en mi opinión.
Hay a otros que el desafío se les hace más incómodo que gratificante, y que decepcionados debutan para no volver. Ese es Johnny Depp, que en The Brave demuestra que, pese a haber trabajado con algunos de los más grandes directores de Hollywood y haber interpretado personajes para la historia, no ha sido capaz de aprender siquiera a dirigirse interpretativamente a sí mismo. Su primera y última película dirigida tuvo el acierto de regalarnos 10 minutos de un Marlon Brando siempre inspirado, pero desgraciadamente tuvo otras tantas decisiones menos acertadas que acaban por componer una obra ciertamente desdibujada.
The Brave es la historia de un indio seducido por el alcohol e integrado en la marginalidad de la pobreza viviendo en una caravana junto a su familia, al cual un día le surge la oportunidad de dar la vida a cambio de dinero. Y sumido en la miseria como está, y con dos niños pequeños a su cargo, toma la decisión de hacerlo. La cifra que le ofrecen no es cualquiera. 50.000 dólares. ¿Soluciona eso los problemas de una familia sin casa, ni oficio ni beneficio? Desconozco el precio del ladrillo en la ciudad estadounidense donde se ubica la familia, pero aquí en España con esa suma es un reto encontrar una casa para compar. Para alquilar un par de años bien está, pero al precio de dejar sin padre a la familia y dejando a una madre viuda absolutamente sola para sacar adelante dos pequeñas criaturas. Pero el valiente indio acepta. El espectador ahí ya sospecha que el alcohol le ha destrozado el riñón, pero otras sustancias también las neuronas.
Pero como la película es infantil, ni muestra esas drogas devastadoras para su capacidad de razonamiento ni es capaz de producir en ningún espectador adulto algún tipo de interés por reflexionar sobre lo que le están contando. El guión se olvida de mostrar las oscuras conclusiones a las que llega un hombre para vender su vida estúpidamente, y centra toda su atención en como el protagonista malgasta el adelanto monetario en insustanciales entretenimientos para una mujer y dos niños que se van a quedar en pocos días sin padre y marido de forma cruel y traumática.
Pero más que compadecernos por los personajes infantiles, también debe uno compadecerse de uno mismo, que le sueltan el cebo de poder disfrutar de una película violenta y de profundidad psicológica y, en cambio, pierde dos horas de su vida sufriendo un Johnny Depp incapaz de cambiar de mueca, planos generales abundantes e insustanciales y una fotografía sosa y pobre.
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