Wiplash y su peligroso mensaje

 


Wiplash. La película de Damien Challeze, estrenada en 2014 pero vista por servidor muy recientemente -por no decir hace unas horas- es posiblemente el film más trepidante que he visto en toda mi vida. Desde luego recuerdo pocas que me hayan hecho sentir sensaciones similares. Creo que desde el capítulo de la fuga de los compis de Scofield en Prison Break, no veía tanto metraje sin poder sentarme. Es de esos sentimientos que hacen adictivo al deporte en directo, esa adrenalina, ese deseo de que todo salga bien y de que el peligro amenazante no se convierta en realidad. Fuego por las venas que no siempre es frecuente en tal estado viendo una película, y menos cuando se trata de una sobre Jazz. La cinta es veneno para las tensiones altas, amaga con subirtela hasta niveles peligrosamente altos y eso es gracias al conjunto de sus virtudes: montaje, realización, guión, interpretaciones... Sus personajes  -J. K. Simmons de merecido Óscar- son imprevisibles, su realización y montaje son intensos y su guión frenético; consiguiendo que muchas o todas las actuaciones musicales luzcan como verdaderas escenas de acción, y sea inevitable la necesidad de vivirlas de pie y en vilo.

Mensaje peligroso. Como todo cinéfilo de la nueva escuela, absolutamente internetizado (si es que la palabra existe), corrí con dedos veloces a votarla a Filmaffinity y no le puse un 10 de milagro, y un 9´5 es imposible, así que se quedó en un 9 de 'muy buena'. El excelente no se lo pondré ni con miles de pares de visionados más, incluso puede que los sucesivos visionados sean para bajarla Dios sabe hasta que lugar profundo del pozo cinematográfico. Y esto es porque el regusto final no es que sea solo malo, sino que es también peligroso. La película presenta un tipo de líder y de enseñanza cruel, estricta, egoísta y violenta. Y lo negativo no es mostrarlo en pantalla, es defenderlo. Es situarlo como el modelo de enseñanza adecuado para extraer entre esos jóvenes ilusionados y pasionales un genio desorbitado e histórico a base de sangre en las manos, gritos y tortazos en la cara. He tenido y sufrido maestros de esta rama, no son especialmente idiotas ni inútiles, y gestionandolos correctamente se les puede extraer muchas enseñanzas ya no solo de la materia, sino también de la vida en general; pero nunca pensaré que es el adecuado para sacar el máximo jugo a un aprendiz. Y aunque en la cinta se muestran de forma secundaria algunas de las horribles consecuencias de estas técnicas de enseñanza (la muerte del antiguo alumno de Fletcher), la escena final lo echa todo por la borda del barco de la sensatez y la responsabilidad social y educativa.

Última escena. La escena final es de los minutos más inolvidables que me ha vomitado una pantalla a la cara, pero en la vida como en el cine, las opiniones en caliente y en frío llegan a ser bien distintas. Ya en la reflexión obligatoria a la que invita esta película, llega uno a la conclusión de que el final feliz del método Fletcher que se nos muestra en los últimos minutos de la obra es desagradable e injusto. El solo de batería de Teller solo recibe el premio de la aceptación de Fletcher, reflejado de forma obvia con un intercambio de miradas complices, con un Teller buscando en la cara del maestro la aprobación y un maestro entregado dándole el sobresaliente con su sonrisa. Es peligroso ver eso como el broche final, el único premio al esfuerzo de Teller, porque no mostrar el más que merecido aplauso entregado del público obedece a la intención de evidenciar por parte del director que el único premio que busca y necesita el muchacho es el de la aceptación de su cruel maestro que le ha presionado y pegado hasta poner en peligro su vida. Esos últimos fotogramas de la cinta son la incitación a toda una rama de maestros a seguir ejerciendo esas crueles prácticas y a esos inseguros alumnos a seguir sometiéndose buscando la aprobación a cambio de todo y con la ambición de alcanzar cuotas de destreza inimaginables que, a largo plazo o incluso corto, les puede costar la propia vida.

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