Crítica de Gangs of London (sin spoilers)


Gangs of London
es la historia de una familia de gangsters ante la cual rinden cuentas y piden permisos todas las organizaciones criminales que operan en la ciudad, y a las cuales la propia familia Wallace mediante su multimillonaria empresa de construcción les blanquea el dinero fruto de actividades ilegales tales como el tráfico de drogas. En tal peligroso contexto, el padre de familia que mantiene el orden con mano de hierro, es asesinado por un enemigo desconocido e inesperado. La falta de su padre, convierte a Sean Wallace en un nuevo líder que se encuentra absolutamente convencido de iniciar una guerra contra todos hasta que no se conozca el autor del crimen.  

Gangs of London recuerda a la obra maestra El Padrino, es incomparable con la popular serie Peaky Blinders, tiene escenas que son perfectamente comparables con superproducciones hollywodienses de género bélico o acción; y tiene un guión que en determinados puntos cumbre a mi me hizo sentir como si estuviera viendo Vértigo, Psicosis o cualquiera de esas joyas de Alfred Hitchcok. 

El Padrino 



Hay algo de El Padrino en esta serie, comparten no solo género sino también algo de estilo. Y sería una broma no afirmar que en realidad no hay cine de gangster sin inspiración previa en la obra de Coppola. Pero esta parece querer homenajearla con un primer capítulo donde entorno a una ceremonia familiar se presenta toda la trama sobre la que iba a circular la serie. La diferencia es que aquí en lugar de celebrarse una boda como en la obra de Mario Puzo, se celebra un entierro. Pero lo que sí que representan ambas ceremonias, sin duda alguna, son inicios de nuevas etapas. Aquí, en la serie que nos concierne, es el inicio de una nueva era con Sean Wallace a la cabeza en sucesión de su padre, otro hecho que no hace más que hacer mirar con nostalgia a esa gran trilogía de los año 70 que todavía hoy en día parece parir oro cinematográfico para todo fanatico. 


Además, la serie protagonizada por Joe Cole presenta un modelo de negocio y trato criminal de diálogo inteligente, trato elegante y miles de millones sobre la mesa; que invita a entender tal organización como una evolución del modelo de negocio profesional entorno al crimen que algún día vimos en pantalla con Marlon Brando y Al Pacino. Muy lejos del matonismo, las bravuconadas y la agresividad, la serie nos presenta en pantalla una empresa mastodóntica con fachada de legal, dirigida en oscuros despachos por gangsters de todo el mundo pero con intereses empresariales comunes en ese Londres propiedad de la familia Wallace.


Bien es cierto que la serie de Gareth Evans no es solo mansiones, casas lujosas, trajes y torres; sino que también es barrio y mercadillo, barro y caravanas, pobreza y ruinas. Realizando un retrato completo de la organización criminal desde los negocios en los rascacielos hasta las descuartizaciones en pisos francos abandonados y mal ocupados por yonkis semi durmientes víctimas de la heroína. La obra en este retrato amplio de la organización criminal, nos ofrece los diferentes tipos de torturas representativos de cada clase social, desde la tortura silibina y limpia hasta la más impudorosa y sangrienta practicada por los más rústicos seres. Sin olvidar la pulcra e inteligente, pero no menos dolorosa, que vemos practicar a los propios servicios de espionaje del estado en un capítulo concreto de la temporada.

Los Shelby 



Por ser otra gran serie de gangsters, por compartir espacio temporal y por haber dado Joe Cole vida a uno de los hermanos Shelby, Peaky Blinders y Gangs of London están condenadas a ser comparadas. Pero en mi opinión, ni es justo ni es necesario. El gran argumento que tengo para estar en contra de la comparación es que Tom Shelby camina hacia la cima, mientras Sean Wallace ya lo está cuando da comienzo la serie. Como consecuencia de ello la primera es una serie de un ritmo más detenido donde debemos conocer el desarrollo y crecimiento de los personajes en su recorrido hasta lo más alto, y en la segunda lo que observamos es la caída de la familia criminal más poderosa de la ciudad. Y esa caída, evidentemente, no se consigue sin explosiones, puños, cuchillos y rifles. Podría decirse, que mientras en Peaky Blinders observamos paso a paso como se desata la locura en los personajes, aquí ya se encuentran todos locos, en plena guerra y acabando los unos con los otros.

Por encima de todo y ante todos, el más desquiciado de todos, como no podría ser de otra forma, es el intimidante líder Sean Wallace. Con una relación tanto maternal como paternal tóxica, semilla de sus brotes de cólera y sus despiadados actos imprevisibles, y reto de estudio para el emblemático psicólogo Sigmund Freud. Pero en toda buena serie, la virtud de los secundarios y las subtramas interesantes no podían faltar. Por lo que Sean Wallace no es el único desequilibrado. Tiene una madre cruel y fría, un hermano drogadicto, unas historias de amor excitantes, venganzas inesperadas... Y todo funciona e interesa porque los personajes están escritos con coherencia y verosimilitud, el casting es perfecto y las interpretaciones brillantes. Además de contar con el ritmo idóneo y el tiempo en pantalla necesario cada una de ellas.


Cine bélico



La serie se diferencia de todas las historias de gangster contadas gracias a sus escenas bélicas y de acción. Cuenta en su haber con un personaje llamado Elliot, sobre el que poco se puede profundizar para no hacer spoiler, que firma unas maravillosas escenas de artes marciales coreografiadas y ejecutadas con creatividad y destreza; además de rodadas y montadas con una potencia visual que no envidia a ninguna gran superproducción del género. 



Hay alguna escena de guerrilla que es cine bélico de primera división con estrategias militares en práctica incluidas. Dicha escena, más allá de su factura técnica elevada, alberga una cargas emocionales y contextos narrativos en sus personajes, que la puede convertir perfectamente en un cortometraje que no sería nada desdeñable en una sala de cine, transmitiendo una fuerza que llenaría la gigantesca pantalla y emocionaría a la abarrotada sala.


La guerra en Londres que se sufre en esta serie es moderna y verosímil. Es transportada al barro mediante los guerrilleros ex-militares contratados, y también extrapolada a las moquetas de los poderosos con escenas de asalto de espías y de heridas de bala curadas con ginebra sobre la lujosa mesa del salón.

Hitchcok



La obra ante todo es un thriller. La trama principal no deja de ser averiguar quién ha matado al poderoso gangster Finn Wallace y por qué. Y entorno a esa trama, y con el paso de los capítulos, se comienzan a disfrutar las diferentes técnicas narrativas y de montaje que te introducen en el juego propio de un thriller inteligente. Con un guión imprevisible de descubrimientos sorprendentes pero nunca tramposos. La serie se adentra en el terreno de lo inesperado, para darte una campanada final de semillas disimuladas en un montaje sutil que juega a la desorientación.

Servidor cayó en el astuto enredo que presentó la serie y disfrutó pálido de la última escena de la temporada; boquiabierto y con un ardor excitante recorriendo desde el estómago hasta las extremidades, sensación solo antes gozada con obras del maestro británico, como Vértigo o Psicosis. No es cuestión de igualar, pero si de comparar para afirmar que se trata de una serie no solo bélica, no solo repleta de gangsters elegantes y poderosos, no solo de historias de amor envueltas en el morbo del peligro, sino que también exhala intriga desbordante y penetrante. 


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