10 años antes de que André Ovredal hiciese su debut como director en solitario con Troll Hunter, nuestro Ricky, Bubbles y Julian grababan un documental de estilo similar (Trailer park boys); no tan ambicioso pero sí bastante más gracioso. Objetivo de la obra noruega. Porque imagino que como mínimo nos tendremos que reír.
En Trolls hunter ya no están intoxicados de analfabetismo y campechanía todos los habitantes de una urbanización de caravanas, aquí abarca la población de todo un país. La cual no es capaz de percibir, con ninguno de sus 5 sentidos, que existen bestias de 30 metros paseando por sus bosques y destrozandolo todo a su paso. Para descubrirlo tienen que aparecer 3 estudiantes de periodismo, aduladores de algún presentador de Telecinco -y no sabemos si también entendidos de algunos temas-, a acosar a un cazador de trolls -años más tarde lo harán con algún torero- hasta conseguir sentarse en su furgoneta y mal grabar el secreto mejor guardado del estado nórdico. Seguimiento sin descanso al torero de trolls (seres degenerados que mueren autofelandose el miembro -en ocasiones-) y a las propias criaturas depravadas. Toreros y depravados. Thomas, el que realiza las funciones de periodista en el grupo, está muy cerca de presentar el próximo reality show que nazca en España.
Respecto al cameraman, si el trabajo es para la universidad, y yo fuese el profesor, la nota sería un sobresaliente tan grande como el miembro de un eunuco. Zoom in, zoom out, zoom out, toquetear cilindro de enfoque, tembleque, zoom in, hago un nuevo balance de blancos, pongo la visión nocturna, la quito... y así 100 minutos de película. Consiguiendo ningún plano bien encuadrado más de 2 segundos y ensombreciendo el ya de por sí nublado guión y las ya de por sí interpretaciones en forma de nubarrón avisando de tormenta cargada de tinte amateur que rebase el manantial del mal gusto. El mencionado estilo de andar por casa no tiene porque ser un bochornoso desastre con saltos en la escala cromática entre un plano y otro dentro de la misma escena. Se puede andar por casa con decencia, sin chanclas y calcetines, sin tirarte pedos ni oliendo a pies. Cuestión de buen gusto.
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